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El Trampolín.

El Trampolín de la muerte es el calificativo que se le ha dado a una de las vías más peligrosas del mundo, el paso obligado para llegar hacia el Valle de Sibundoy y el departamento de Nariño hacen de este paraje una completa travesía, el ascenso hacia una de las montañas más imponentes del Putumayo empieza por una vía muy angosta construida con sudor, lágrimas y seguramente muchas vidas, eso sucedió hace más de ochenta y seis años, herencia que nos dejó el conflicto colombo peruano.


A tan solo media hora del municipio de Mocoa se empiezan a observar, paisajes exóticos, ríos cristalinos y una enorme vegetación, quienes deciden tomar esta vía lo hacen por pura y física necesidad, puesto que se podría estar jugando la vida en el intento, pero hoy no vamos a hablar de eso, hoy contaré la experiencia vivida después de viajar en moto con un gran amigo.


Ricardo Ordoñez me invitó a recorrer en su motocicleta los 77 kilómetros que hay desde Mocoa al Valle de Sibundoy con el ánimo de registrar el Carnaval del Perdón, para un Fotógrafo como yo, con espíritu aventurero y amante de la naturaleza una experiencia como esa es una gran oportunidad para conseguir imágenes sorprendentes de paisajes inhóspitos y poco fotografiados.


Salimos a las cinco de la mañana después de rogar a San Pedro que colabore con la causa y poniendo toda la confianza en Ricardo, en su pericia y experiencia como motociclista. Realmente no hay que avanzar mucho para ver desde las alturas como el sol empieza a dar sus primeros matices y a dejar en evidencia que el Putumayo tiene los mejores paisajes de Colombia y del mundo.

Fotógrafo y aprendiz paramos la motocicleta, emplazamos los trípodes y registramos la salida del sol y su colorido, la verdad es que uno quisiera quedarse fotografiando cada instante que la naturaleza nos regala pero seguimos avanzando y haciendo paradas cortas hasta llegar a uno de los sitios con mejor vista y altura “El filo de hambre”, realmente ignoro porque le colocaron ese nombre, lo cierto es que cada vez que uno pasa por ese lugar come hasta quedar saciado, eso mismo hicimos con Ricardo.


San Pedro nos había escuchado y la luz no podía ser mejor, conseguimos postales que seguramente se convertirán en acuarelas, fotografiamos el contraste de la naturaleza, mágicas cascadas en medio de la nada que invitan a tomarse su tiempo para reflexionar y ver la grandeza que nos rodea.


En medio de la travesía hemos llegado a “La Cabaña” lugar ubicado en medio de la nada a unas tres horas de Mocoa y por primera vez conocimos la historia de doña María Isabel, una señora de apenas sesenta y dos años, con seis hijos, quince nietos y tres bisnietos, sin preguntarle nos cuenta un poco apesadumbrada que su hija menor y única compañera se le ha ido con un conductor de un camión, “Ahora si quedé sola dice” se notaba que estaba inquieta por contar su historia, tal vez despertamos confianza o simplemente lo hace para desahogarse, “Mi marido también se fue dice ella con un poco de nostalgia en su mirada”, Con Ricardo empezamos a escucharla mientras deleitábamos un delicioso sancocho de gallina, “El murió y ahora mi última hija consiguió marido, menos mal que el muchacho es responsable y trabajador”, se le nota la tristeza pero a la ves su consuelo, sin preguntarle nos cuenta que llegó a ese lugar hace treinta años, su marido le propuso vivir ahí, seguramente para que acompañe sus noches frías y desoladas porque de ese lugar extraía la madera que le permitía el sustento para su familia.

Yo le pregunté si podía fotografiarla, además le dije que la incluiría en la historia que escribiría y ella sin poner objeción aceptó, me contó además que siempre llegaban extranjeros a quedarse en la escuela y que muchos ya la habían fotografiado, “por ahí me dijeron que me vieron en internet cuenta ella, eso debe ser algún gringo de los que siempre vienen y me toman fotos”. Yo le doy un abrazo agradeciéndole por su buen almuerzo y su gentileza, le tomo unas fotos al gato y veo el caserío familiar donde viven la mayoría de sus hijos, hijas, yernos, nietos y bisnietos, caserío que ella y su difundo marido fundaron hace treinta años, ese que uno mira sin ningún interés al pasar pero que seguramente ahora será visto por muchos con otra perspectiva después de conocer la historia de su fundadora.

Nota: Hoy en día un grupo de valientes muchachos de la asociación Alas Putumayo, están cambiando el estigma que generó el nombre de trampolín de la muerte, por el trampolín de las aves, aprovechando, que este sector presenta una gran variedad de especies exóticas y que aporta un número importante de aves al país.



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